Читать книгу Sin miedos ni cadenas. Lecturas devocionales para damas онлайн
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Así como estos criminales, Satanás quiere robar nuestra identidad. Cuando Jesús fue bautizado, la voz del Padre afirmó su identidad: “Este es mi Hijo amado; estoy muy complacido con él” (Mat. 3:17, NVI). Pero Satanás era consciente del peligro que corría si permitía que Jesús viviese afianzado en su identidad de Hijo amado. Por eso, solo unos días después, en el desierto, intentó que dudara. No es casual que todas las tentaciones comenzaran con la misma frase: “Si eres el Hijo de Dios…”
Bajo la superficie de muchas tentaciones se encuentra la misma pregunta hiriente: ¿Quién te crees que eres? La identidad no se gana, se hereda. Nuestro Padre es el Rey de reyes. Somos princesas reales, amadas con un amor exuberante y eterno (Jer. 31:1; Juan 3:16). Pero si el ancla de nuestra alma no está bien aferrada a esta verdad, nos pasaremos la vida tratando de probar nuestro valor como personas. Viviremos sufriendo los éxitos de los demás, comparándonos y compitiendo por atención.
Pero no hay éxito profesional, belleza física, relación sentimental o descendencia que pueda reemplazar nuestra identidad de hijas de Dios. Después de todo, “¿quién eres?” y “¿qué tienes?” son dos preguntas muy diferentes. Para vivir una vida de abundancia emocional, en la que no estemos continuamente comparándonos con los demás, tendremos que aprender a aceptar la definición del Padre: Eres mi hija amada en quien me deleito. ¡Nada menos!