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Soy yo, sí, señor, el primero en escuchar la buena nueva de boca de una futura madre que acude a contarla a su amiga, cual María a Isabel.

Recuerdo el color de la tarde en que tomé las propiedades de la yerba y fui acrecentando mis dones hasta transformarme en un compañero imprescindible.

Ante mi presencia ascienden y descienden las escalas musicales con melodías profundas, inquietas, estremecedoras, pasionales, fugaces o duraderas, acá, doy mi mirada compasiva y una dosis de mimos con mi cálido silencio.

Percibo el dolor del hambriento y presiento que el hambre está muy distante de otro sufrimiento. Yo, aunque me quedara ayunando hasta morir, igual seguiría intentando que, desde mi tumba, se eleve un brote de yerba mate para que con ella germine la esperanza.

Mientras fluya el agua, mientras fluya el habla, puedo ser escucha sin ser elocuente.

Sólo soy el mate, soy omnipresente.

Usted, sólo llame. Yo, diré: ¡Presente!

El sucedido

Un martes de agosto, a media tarde, con el sol deslucido en las nubes invernales, Ramona se encontraba escuchando las novedades tediosas que sucedían en el aletargado pueblo. Cirila, su comadre, tenía la virtud de dramatizar los relatos actuando de intérprete- actriz, a la que veía en la telenovela.

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