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Con ellos me divierto, me sorprendo, me entusiasmo para inventar nuevas recetas.
El tubo de ensayo que utilizo es mi paladar. Saboreo, degusto, anoto, relojeo, sigo y persigo a los cebollines, a los cherri, a los dientitos de ajo.
En mi cocina, sí señor, por cada hornalla un ojo espía. Espía y espera mientras voy imaginando mi plato terminado. Éste deberá tener transparencia, color a verduras, sabor específico y sobre todo ¡calor de hogar!
Mis menúes son antiquísimos y recientísimos. A los primeros les puse el amor de hija, de hermana, de tía, de madrina hasta el día que llegó el amor a mi vida y, junto con él, tuvimos a nuestros cuatro hijos.
Fueron los años de cadencias melodiosas cernidas con papillas, del arrorró rebozado en ternura, de bizcochuelos espolvoreados de esperanza, de churrascos impregnados de fe, acompañados con sones y movimientos de una linda manito.
En los sabores recientísimos están las sopitas aprobadas por mis tiernos nietos. Son Benja, Fabri y Máximo quienes solicitan los bises y demuestran el amor en grado superlativo que no se define con palabras sino se conjuga en el corazón.