Читать книгу Un rayito de luz para cada día онлайн
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“Por tanto, siempre que tengamos oportunidad, hagamos bien a todos...” (Gálatas 6:10)
Una noche muy fría vi desde la ventana de mi casa a un señor viejito vendiendo globos. ¿Qué hacía un señor vendiendo globos a las nueve de la noche? La verdad, no lo sé. Pero parecía tener hambre y frío. Me dio mucha pena, así que rapidito saqué dos manzanas rojas jugosas y un paquete de galletas, y bajé a entregárselas. Con una sonrisa, le di lo que había llevado con tanto cariño. ¿Qué crees que pasó? Nada. El señor no me dijo ni siquiera “gracias”. Apenas recibió las cosas, no me miró más.
Volví a casa sintiéndome rara. ¿Tal vez lo había ofendido? ¿Tal vez no debería haberle dado nada? Quedé con la idea de que debía tener más cuidado. Tal vez, no siempre era correcto intentar ayudar a otros.
Tiempo después, cuando hacía unas compras en el centro de la ciudad, vi a una señorita ciega. Estaba caminando, guiándose con su bastón blanco. Cuando llegó a una esquina, nuestros caminos casi se chocaron. Ella estaba por cruzar la calle, y yo pensé: “¿Qué hago? ¿La ayudo?” En realidad, como seguramente sabes, los ciegos tienen el sentido de la audición muy desarrollado. Y allí estaba yo, dudando de ayudar a la señorita, pues no quería ofenderla. ¿Qué pasaba si ella realmente quería depender solo de su oído para cruzar la calle? Mientras yo pensaba qué hacer, un hombre salió de una tienda, y le ofreció su brazo para cruzar la calle. La señorita aceptó, agradecida, y llegaron al otro lado juntos.