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Cuando Ford finalmente le dijo que ya no quería seguir, de forma definitiva, Trina rayó el capó de su camioneta con una llave.

–¿Qué es “cal-ron”? –había preguntado Tucker cuando salieron del bar La Vieja Estación de Bomberos y vio la obra de Trina.

–Creo que dice “cabrón” pero le costó escribir la bolita de la letra B y le faltó el acento en la O.

Durante dos meses enteros, había conducido su camioneta “cal-ron”, sin dinero ni tiempo para arreglarla. Cuando su querido papá lo vio, se rio y le echó limón a la herida con su “Te lo dije, hijo. Todas se vuelven locas tarde o temprano”.

–A mí me gustan las mujeres un tanto volátiles –intervino Easton y Ford hizo todo lo posible por no reaccionar, a pesar de la extraña y tóxica incomodidad que sintió en la barriga. Con seguridad no eran celos.

Seguro era… una indigestión. Sí. Por no cenar y luego comer papas fritas y beber cerveza. Tenía que ser eso.

Easton se levantó y por alguna extraña razón, el ruido de sus fichas contra la mesa crispó los nervios de Ford.

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