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−Debió ser difícil tener esa infancia −le dije con preocupación cuando terminó de contarme.

−No es tan grave −me respondió y lo que me dijo después sigue grabado en mi cabeza como si hubiera sucedido ayer−: Es igual que cuando a una niña que ha tenido una vida perfecta y sin carencias se le muere su gato. Con tanta felicidad, esa muerte la sentirá como la más terrible del mundo. Porque todo es relativo. Cada quien vivirá sus bajones o triunfos como lo mejor o lo peor del universo dependiendo de lo que esté acostumbrado a vivir. Por eso, si las cosas que pasan a mi alrededor son tan malas y no dependen de mí, trato de no verlas como una tragedia.

Me sorprendió. En esas circunstancias, muchas otras personas hubieran aprovechado para hablar sobre cuánto han sufrido, lo difícil que ha sido su vida y cómo han sido víctimas de las circunstancias. Pero ella no. A sus 17 años me mostraba un punto de vista que yo no tenía.

Aprendí una gran lección. A veces tratamos de comparar nuestras dificultades con las de otros y nos ponemos (o nos quitamos) la corona del sufrimiento: “Es que yo he sufrido más que todos” o “Es que ella ha pasado por cosas más difíciles”. Pero ¿y si solo existieran diferentes puntos de referencia y los problemas fueran relativos? Por eso, aprender a ponerlos en perspectiva nos ayudará a sobrellevarlos mejor.

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