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Toda la noción de legado va acompañada de reconocimiento identitario; porque existe el «yo», existe el «tú» y, por ende, existe el «nosotros» y también el «ustedes». Hacerse responsable de un texto, es hacerse consciente de un lugar en la historia. La firma vincula el conocimiento particular de un sujeto y su creatividad, con la cadena de saber universal de la que forma parte.

Nuestro mundo, como cíclicamente ocurre, se encuentra experimentando una enorme sacudida —un terremoto dirán algunos, un cataclismo otros—, y, como es habitual, una vez que el tiempo haya transcurrido y hagamos el balance de lo vivido, sabremos cómo podríamos haber enfrentado de mejor forma nuestro plazo.

En tanto la hora de los recuentos llega, tendremos que hacernos cargo de nuestro lugar en la historia e intentar ponerle nuestra firma a nuestras acciones y decisiones. Es un acto que requiere de valentía, qué duda cabe. El ejercicio retrospectivo es siempre más sencillo y cómodo que el asumir el riesgo de vivir con mayor conciencia el presente, de utilizar más palabras plenas para actuar y, sobre todo, declarar a los cuatro vientos lo que se nos viene a la mente. No se trata de perder la espontaneidad, ni mucho menos la creatividad. Por el contrario, nuestra era nos invita y desafía a entender que estamos frente a una nueva lógica y, por ello, requerimos también de códigos y lenguajes distintos para afrontarla.

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