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Supongamos que una organización de salud internacional, que agrupa a ciento noventa y tres países, decide acoger las peticiones del Estado donde ha nacido el virus, ahora llamado Covid-19 o coloquialmente coronavirus, y evita declarar inconveniente viajar y salir de ese país, permitiendo que la infección se propague en aviones y barcos por todo el orbe.
Supongamos que diversas naciones presionan a dicho organismo para que no declare la pandemia, guiados por criterios meramente políticos y económicos, desconociendo las recomendaciones de las sociedades médicas más prestigiosas.
Supongamos que la población mundial se niega a cambiar su estilo de vida, que millones creen que solo se trata de una estrategia para controlar las grandes explosiones sociales de los últimos tiempos. Supongamos que hay protestas contra las medidas sanitarias y de autocuidado.
Supongamos que la mayoría de los países europeos se demoran en tomar medidas básicas de salud pública. Supongamos que se cree que la nueva enfermedad será controlada en unas pocas semanas o, a lo más, en meses.