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Cuando la señora Mira se fue, Lucía volvió a su lugar en nuestra mesa. Con ambas manos abrió el tapón de la botellita, esparció una pizca de polvo y susurró algo, seguramente la fórmula. La profesora sonrió y todas las demás estudiantes estaban tan hipnotizadas como yo.

De repente, el aire se iluminó alrededor de Lucía. Su pluma de ganso se levantó y saltó al tintero. ¡Splash! ¡Splash! Dos gotas de tinta y la pluma se colocaron justo encima del cuaderno.

–Siento que estás celosa... –me susurró Lucía al sentarse en nuestra mesa.


–¡No es cierto!

La pluma rasguñaba la página y Lucía sonreía con los brazos cruzados, apoyada contra mi estuche. La pluma escribía y escribía a una velocidad increíble. De repente, Lucía, acostada sobre la mesa, se echó a reír.

–¡Miren! ¡Es fantástico! ¡Estoy echada y estoy trabajando!

De acuerdo, estaba un poco celosa. Maruja, Miranda, Adelaida, Bertita, Eloísa, Malvina, Matilde y Herminia también. Se levantaron para acercarse al cuaderno de Lucía. ¡Increíble! ¡Tan rápido como hablo, la pluma había llenado la página!

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