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Verdaderamente, se ha de saber que podemos tener en esta vida dos felicidades, según los dos diversos caminos, bueno y óptimo, que a tal nos llevan: una es la vida activa; la otra, la contemplativa, la cual -no obstante por la activa se llegue, cormo se ha dicho, a buena felicidad- lleva a óptima felicidad y bienaventuranza, según prueba el filósofo en el décimo de la Ética. Y Cristo lo afirma por su boca en el Evangelio de Lucas, al hablar a Marta, respondiéndole: «Marta, Marta, eres muy solícita y te afanas por muchas cosas; en verdad, una sola cosa es necesaria», es decir, lo que haces; y añade: «María ha elegido óptima parte y no le será arrebatada». Y María, según está escrito anteriormente a estas palabras del Evangelio, sentada a los pies de Cristo, ningún cuidado mostraba por el ministerio de la casa; mas sólo oía las palabras del Salvador. Así, pues, si tal queremos explicar moralmente, quiso Nuestro Señor mostrar con esto que la vida contemplativa era óptima, por más que fuese buena la activa; lo cual es manifiesto a quien quiere poner atención en las palabras evangélicas. Podría, sin embargo, decir alguien, argumentando en contra mía: pues que la felicidad de la vida contemplativa es más excelente que la de la activa, y una y otra puedan ser y sean fruto y fin de la nobleza, ¿por qué no se procedió más bien por el camino de las virtudes intelectuales que por el de las morales? A lo cual se puede responder brevemente que en toda doctrina se ha de respetar la facultad del discípulo y llevarlo por el camino que le sea más leve. Por lo que, dado que las virtudes morales parecen ser y son más comunes, más conocidas y requeridas que las demás y están unidas en su aspecto exterior, útil y conveniente fue proceder más bien por ese camino que por el otro; que igualmente se viene a conocimiento de las abejas, razonando por el fruto de la cera, cormo por el fruto de la miel, puesto que uno y otro de ellas proceden.

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