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Dice, pues: Como es cielo, por doquier hay estrellas; y esto no es verdad, sino viceversa; así, hay nobleza donde hay virtud y no virtud donde hay nobleza. Y con hermoso y adecuado ejemplo. Porque verdaderamente es cielo donde relucen muchas y diversas estrellas; relucen en ella las virtudes intelectuales y morales; relucen en ella las buenas disposiciones conferidas por la naturaleza, a saber: la Piedad y la Religión, y las pasiones laudables, es decir, Vergüenza, Misericordia y otras muchas; relucen en ella las bondades corporales, es decir, la Belleza, la Fortaleza, y casi perpetúa la Validez. Y tantas son las estrellas que en su cielo se extienden, que ciertamente no es de maravillar que den muchos y diversos frutos en la humana nobleza: tantas son las naturalezas y potencias de aquéllas, reunidas y comprendidas bajo una simple substancia, en las cuales, como en diversas ramas, fructifica por modo diverso. Ciertamente, casi me atrevo a decir que la humana Naturaleza, en cuanto hace a sus muchos frutos, sobrepuja a la del ángel, aunque la angélica en su unidad sea más divina. De esta nuestra nobleza, que en tantos y tales frutos fructificaba, se dio cuenta el salmista, cuando hizo aquel salmo que comienza: «Señor Dios nuestro: cuán admirable es tu nombre en toda la tierra»; allí donde alaba al hombre, como maravillándose del divino afecto a la humana criatura, diciendo:

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