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Y eso no lo puede dar sino Dios tan sólo, después del cual no hay elección de persona, como las Divinas Escrituras manifiestan. Y no le parezca a nadie que es hablar demasiado alto el decir: Que son casi Dioses; porque, como más arriba, en el séptimo capítulo del tercer Tratado, se argumenta, así como hay hombres vilísimos y bestiales, así también hay hombres nobilísimos y divinos.
Y tal demuestra Aristóteles en el séptimo de la Ética por el texto del poeta Homero. Así, pues, no diga aquel de los Uberti de Florencia, ni aquel de los
Visconti de Milán: «Pues que soy de tal estirpe, soy noble»; porque la divina semilla no cae en la estirpe, sino en los individuos, y como más adelante se demostrará, la estirpe no ennoblece a los individuos, sino que los individuos ennoblecen la estirpe.
Luego, cuando dice: Que sólo Dios el alma le otorga, se hace referencia al susceptivo, es decir, al sujeto en que el divino don desciende, que don es divino, según el dicho del Apóstol: «Todo óptimo obsequio y todo don perfecto, de arriba procede, pues que desciende del padre de las luces». Dice, pues, que Dios sólo concede esta gracia al alma de aquel a quien se ve perfectamente dispuesto en su persona para recibir este divino acto. Porque, según dice el filósofo en el segundo del Alma, «las cosas han de estar dispuestas por sus agentes para recibir sus actos». Por lo que si el alma está imperfectamente colocada, no está dispuesta para recibir esta bendita y divina infusión; como si una piedra margarita está mal dispuesta o es imperfecta, no puede recibir la virtud celestial, como dijo el noble Guido Guinizelli en una canción suya que comienza: En cor gentil repara siempre Amor. Puede, pues, no estar bien colocada el alma de la persona por defecto de complexión, y tal vez por falta de tiempo; y entonces no resplandece en ella el divino rayo. Y pueden decir estos tales cuya alma está privada de luz, que son como valles que miran al aquilón, o como subterráneos adonde nunca desciende la luz del sol, sino reflejada de otra parte iluminada por aquélla.