Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
1200 страница из 1361
Dicha amiga y Sir Walter no se casaron, no obstante lo que antecede pudiera inducir a pensarlo. Trece años habían transcurrido desde la muerte de la señora Elliot, y una y otro seguían siendo vecinos e íntimos amigos, aunque cada uno viudo por su lado.
El hecho de que Lady Russell, de muy buena edad y agradable carácter, y en circunstancias ideales para ello, no hubiese querido pensar en segundas nupcias, no tiene por qué ser explicado al público, que está tan dispuesto a sentirse irracionalmente descontento cuando una mujer no se vuelve a casar. Pero el hecho de que Sir Walter continuase viudo merece una aclaración. Ha de saberse, pues, que como buen padre (después de haberse llevado un chasco en uno o dos intentos descabellados) se enorgullecía de permanecer viudo en atención a sus queridas hijas. Por una de ellas, la mayor, hubiese hecho en realidad cualquier cosa, aunque no hubiese tenido muchas ocasiones de demostrarlo. Isabel, a los dieciséis años, había asumido, en la medida de lo posible, todos los derechos y la importancia de su madre; y como era muy guapa y muy parecida a su padre, su influencia era grande y los dos se llevaban muy bien. Sus otras dos hijas gozaban de menor atención. María consiguió una pequeña y artificial importancia al convertirse en la señora de Carlos Musgrove; pero Ana, que poseía una finura de espíritu y una dulzura de carácter que la habrían colocado en el mejor lugar entre gentes de verdadero seso, no era nadie entre su padre y su hermana; sus palabras no pesaban y no se atendían en absoluto sus intereses. Era Ana, y nada más.