Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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—¿Está enfermo mister Gatsby?

—De eso nada —después de una pausa, resistiéndose y a regañadientes, añadió «señor».

—No lo veo por aquí, y estaba preocupado. Dígale que ha venido mister Carraway.

—¿Quién? —preguntó, grosero.

—Carraway.

—Carraway. Muy bien, se lo diré.

Y sin más pegó un portazo.

Mi finlandesa me informó de que Gatsby había despedido a todos los criados de la casa hacía una semana y los había sustituido por otros, que no iban ya al West Egg Village a que los tenderos los sobornaran, sino que hacían por teléfono pedidos muy moderados. El chico de la tienda de comestibles contaba que la cocina parecía una pocilga, y en el pueblo se había generalizado la opinión de que los recién llegados no eran criados en absoluto.

Al día siguiente Gatsby me llamó por teléfono.

—¿Te vas? —le pregunté.

—No, compañero.

—Me han dicho que has despedido al servicio.

—Necesitaba a gente que no anduviera con chismes. Daisy viene muy a menudo… por las tardes.

Así que todo el caravanserrallo se había venido abajo como un castillo de naipes por una mirada de desaprobación de Daisy.

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