Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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Y ahora debo contarte una pequeña historia que te encantará. ¿Te acuerdas de Justine Moritz? Quizá no te acuerdes; así que te contaré su historia en pocas palabras. Madame Moritz, su madre, se había quedado viuda con cuatro niños, de los cuales Justine era la tercera. La niña había sido siempre la favorita de su padre; pero, por una extraña obsesión, su madre no podía soportarla y, después de la muerte del señor Moritz, la maltrataba horriblemente. Mi tía sabía todo esto y cuando Justine cumplió los doce años, consiguió convencer a su madre para que le permitiera vivir en nuestra casa. Las instituciones republicanas de nuestro país han promovido costumbres más sencillas y amables que las que prevalecen en las grandes monarquías que nos rodean. Y por esa razón hay menos diferencias entre las clases en las que se dividen los seres humanos; y las clases más bajas, no siendo ni tan pobres ni tan despreciadas como en otros lugares, son más educadas y dignas. Un criado en Ginebra no es lo mismo que un criado en Francia o Inglaterra… Así que Justine fue acogida en nuestra familia para aprender las obligaciones de un criado, las cuales en nuestro afortunado país no incluyen el sacrificio de la dignidad de un ser humano. Me atrevo a decir que ahora lo recordarás todo, porque Justine era tu gran favorita; y recuerdo haberte oído decir que si te encontrabas de mal humor, una mirada de Justine podría disiparlo por la misma razón que da Ariosto respecto a la belleza de Angélica: su rostro era todo franqueza y alegría. Mi tía se encariñó mucho con ella, lo cual la indujo a darle una educación superior a la que había previsto para ella. Este regalo se vio recompensado plenamente: Justine era la criatura más agradecida del mundo. No quiero decir que hiciera grandes gestos de agradecimiento —nunca la oí decir nada al respecto—, pero una podía ver en sus ojos que prácticamente adoraba a su protectora. Aunque era muy divertida, y en muchos sentidos descuidada, sin embargo prestaba la mayor atención a cada gesto de mi tía: la consideraba un modelo de perfección y siempre intentaba imitar sus palabras e incluso sus gestos, de modo que incluso ahora a menudo me recuerda a mi tía.