Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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Me conmovieron los lamentos por sus desdichas, pero recordé lo que Frankenstein me había dicho a propósito de su elocuencia y su capacidad de persuasión; y, cuando de nuevo volví la mirada a los restos de mi amigo, mi indignación se encendió: «¡Miserable!», grité. «¡Muy bien: así que vienes aquí a lloriquear sobre las desgracias que has causado…! Arrojas una antorcha en medio de una aldea, y cuando ha quedado destruida, te sientas en mitad de las ruinas y lamentas que se hayan quemado… ¡Maldito hipócrita! Si el hombre por quien gimoteas aún viviera, lo seguirías acosando y persiguiendo con tu maldita sed de venganza. No es compasión lo que sientes… ¡solo es la pena porque se ha terminado tu excusa para causar el mal!»
«No es eso…», dijo el engendro demoníaco, «y sin embargo, tal debe de ser la impresión que usted tenga de mí, porque tal parece haber sido el sentido de mis actos. Pero no busco a nadie que entienda mi desgracia… lo sé absoluta y perfectamente, ni busco una comprensión que nunca podré encontrar. Cuando la busqué, al principio, solo deseaba participar del amor al bien y de los sentimientos de felicidad y alegría. Pero ahora que la virtud no es para mí más que una sombra, y la felicidad y la alegría se han tornado desesperación, ¿dónde tendría que buscar comprensión? No… Me conformo con sufrir solo, mientras tenga que sufrir. Y cuando muera, aceptaré que el odio y el oprobio descansen sobre mi memoria. En cierta ocasión mi imaginación se deleitó en sueños de virtud, de fama, y alegría. En cierta ocasión confié en encontrar a alguien que, ignorando mi aspecto externo, me apreciaría por las excelentes cualidades que sin duda poseía. En aquel tiempo estaba embargado por los altos ideales del honor y de la abnegación. Pero ahora la vileza me ha hundido hasta convertirme en una alimaña bestial… No hay crímenes que se asemejen a los míos; y, cuando repaso la horrenda nómina de mis actos, apenas puedo creer que yo sea aquel cuyos pensamientos estuvieron una vez animados por las sublimes y trascendentes visiones del amor y la belleza. Pero así es. El ángel caído se convierte en un demonio maligno. Pero él… incluso él, el enemigo del hombre, tuvo amigos y compañeros. Yo estoy absolutamente solo.