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»Adiós. Me voy, usted será el último hombre que vean mis ojos. ¡Y adiós, Frankenstein! Si en la muerte aún os restara algún deseo de venganza, esta se vería más satisfecha si siguiera viviendo que con mi muerte. Pero eso no ocurrirá. Deseabais mi absoluta destrucción para que no pudiera causar mayores sufrimientos a otros, y ahora no desearíais sino que viviera para que siguiera sufriendo. Aunque estabas destrozado, mi agonía es mayor que la tuya, porque los remordimientos son la amarga punzada que atormenta mis heridas y me tortura hasta la locura.

»Pero pronto moriré», dijo, entrelazando las manos, «y lo que siento ahora ya no lo sentiré; pronto estos pensamientos… estas dolorosas heridas… ya no existirán. Levantaré triunfal mi pira funeraria, y las llamas que consuman mi cuerpo concederán la alegría y la paz a mi espíritu».

Y tras decir aquello, saltó por la ventana del camarote y cayó sobre un témpano de hielo que permanecía junto al barco; y apartándose con fuerza de la nave, las olas lo alejaron, y muy pronto se perdió de vista en la oscuridad y la distancia.

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