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Había decidido por puro desconcierto emborracharme escandalosamente cuando Jordan Baker salió de la casa y se detuvo en lo alto de la escalinata de mármol para, retrepándose un poco, observar el jardín con interés y desdén.

Me recibieran bien o mal, creí necesario pegarme a alguien antes de empezar a ponerme afectuoso con todo el que pasara.

—¡Hola! —rugí, avanzando hacia ella.

Mi voz, en el jardín, sonó demasiado alta, anormal.

—Había pensado que quizá estuviera aquí —respondió como ausente cuando subí la escalera—. Recordaba que usted vivía en la casa de al lado…

Me cogió la mano de un modo impersonal, como una promesa de que se ocuparía de mí en unos segundos, y prestó oído a dos chicas que llevaban vestidos idénticos, amarillos, y se habían detenido al pie de la escalinata.

—¡Hola! —gritaron al unísono—. Qué pena que no ganaras.

Hablaban del torneo de golf. Jordan Baker había perdido en las finales la semana anterior.

—No sabes quiénes somos —dijo una de las chicas de amarillo—, pero te conocimos aquí hace cosa de un mes.

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