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Tom enrojeció pero siguió en sus trece.

―Seguiré adelante aunque me cueste la vida. Tú sabes bien por qué. Tengo aspecto de salud, pero en el corazón tengo una dolencia, que sólo puede curarme un médico en este mundo. Pero… ese médico no quiere.

La expresión de Tom al decir estas últimas palabras era tan resignada, que casi resultaba cómica. Nan frunció el entrecejo; ella sabía cómo tratarle.

―Ese médico trata de curarte, pero eres un enfermo díscolo. Veamos, ¿fuiste al baile como te indiqué?

―Sí, señor doctor.

―¿Y dedicaste tus atenciones a la encantadora señorita West?

―Sí, señor doctor…, aunque yo no veo que sea tan encantadora. Toda la santa noche bailé con ella y…

―Y ese corazón tan sensible que tienes, ¿no percibió ninguna influencia nueva?

―No, señor doctor. ¡Es decir, sí!

―¿Sí?… ―preguntó Nan con interés.

―Sí. Tenía unas ganas terribles de bostezar. Incluso lo hice cuando bailaba con ella. Además, cuando terminado el baile la llevé hacia su madre, lancé un suspiro de alivio que creo fue oído en toda la sala.

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