Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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Nan contuvo la risa a duras penas. Con aire profesional recetó:

―Repita la dosis y estudie los resultados. Pronostico que dentro de poco estará usted curado y pedirá a gritos más medicina de ésa.

―¡Jamás, doctor! Esa medicina no va bien a mi constitución.

―Eso debo decirlo yo, no el enfermo.

Anduvieron en silencio durante un ratito. Se apreciaban sinceramente. El silencio trajo a Nan unos recuerdos lejanos.

―¡Cuánto nos hemos divertido en este bosque! ¿Te acuerdas cuando caíste del nogal y casi te rompes la nuca?

―Imposible olvidarlo. ¿Y cuando me empapaste de ajenjo?… ¿Y cuando quedé colgado de una rama por la chaqueta? ―Aquellos recuerdos hicieron reír a Tom como un chiquillo.

―¿Y cuando le pegaste fuego a la casa? ¿Todavía te llaman el «Atolondrado»?

―Sólo Daisy. Por cierto, hace una semana que no la veo. Bonita chica, ¿eh?

―En efecto, así es. Estos días está con tía Jo. Podrías aprovechar para tratarla y…

―¡Usted no lleva buenas intenciones, mi querido doctor! Nath me rompería el violín en la cabeza. Además, es otro el nombre que tengo grabado en mi corazón. Si tu lema es «No me rendiré», mi divisa es «Esperanza». Veremos quién vencerá al final.

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