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Repentinamente, Teddy tuvo una de sus ocurrencias. A grandes voces gritó:

―¡Atención, señoras y señores! Aquí hay una parejita haciéndose el amor.

Jo quedó azorada por las risas de los presentes, provocadas por «el león». En cambio su marido sonreía satisfecho. Al profesor le complacía pregonar lo muy enamorado que estaba de su esposa.

A una señal del señor Bhaer, se acercó Nath, que respetuosamente escuchó las palabras de aquel hombre que tanto apreciaba.

―Tengo unas cartas de recomendación para ti. Van dirigidas a unos antiguos y buenos amigos míos de Leipzig, cuya ayuda te será muy valiosa en tu nueva vida. Tómalas y procura vencer la añoranza de tus primeros tiempos.

―Muchas gracias, señor. Sé que la sentiré de todos ustedes. Luego, cuando vaya haciendo nuevas amistades y progresando en la música, ya será distinto ―contestó Nath con sentimiento. Deseaba y temía el momento de dejar a todos sus viejos amigos. Lo sentía de veras. No podía remediarlo.

Era un hombre ya. Pero en sus ojos azules había todavía aquella ingenuidad de sus años infantiles, y de su expresión casi podría adivinarse la extraordinario afición que sentía por la música. Modesto, afectuoso y atento, Jo le consideraba digno de cariño y confianza. Sin embargo, dudaba acerca de sus posibilidades de ser alguien importante, salvo que el nuevo rumbo que emprendiera diera más entereza a su carácter.

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