Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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Como siempre, la interrupción de Teddy fue ruidosa y ocurrente:

―¡Atención! Ahí llegan Platón y sus discípulos.

«Platón», según el muchacho, era el señor March; sus discípulos, los muchachos y muchachas que le acompañaban.

Bess corrió a su encuentro. Desde que faltaba la abuelita, ella cuidaba del abuelo. Era conmovedor ver su solicitud, y contrastaban sus rubios cabellos con los blancos del viejecito cuando ella se inclinó para acercarle la butaca.

Laurie le ofreció té y pastelillos. Sin embargo el señor March tomó un vaso de leche fresca que Bess le ofrecía.

Se acercó entonces Jossie, acalorada por una discusión sostenida como de costumbre con Teddy, que gozaba molestándola. Apasionadamente, la muchacha preguntó:

―Dime, abuelo: ¿es cierto que las mujeres han de obedecer siempre a los hombres, sólo porque son más fuertes? ―y deseaba una respuesta negativa para apabullar a su primo.

―Así ha sido hasta ahora. Se trata de una antigua creencia. Pero las cosas van cambiando y mucho tendrán que apretar los jóvenes de ahora si quieren seguir llevando la batuta. Porque las muchachas van cada día más preparadas ―le contestó el abuelo.

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