Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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―Daisy será feliz con un violín, ¿no es así? ―Y le entregó un afiligranado broche en forma de violín.

―Ahora le toca al turno a tía Jo. ¿Veis este oso tan bonito? Pues se le abre la cabeza y aparece un tintero.

―¡Muy bien, «Comodoro»! ―aplaudió Jo, verdaderamente complacida.

―Como tía Meg tiene debilidad por las cofias, le pedí a Ludmilla que me comprase unos encajes. Aquí están, espero que te agraden.

Meg tomó aquellos finísimos trabajos casi con veneración.

―Continuemos. Elegir algo para tía Amy es realmente difícil. Tiene de todo y de gusto superior. Espero que le agrade esa miniatura. A mí me recuerda a Bess cuando era chiquitita.

Amy tomó de manos de Emil el ovalado medallón, y lo contempló con satisfacción. En él había pintada una Madona con un rubito Niño en brazos, envuelto en su manto azul. Encantada, se lo colgó del cuello mediante una cintita azul que Bess llevaba para sujetar sus cabellos.

―También para Nan he encontrado el regalo apropiado.

―¿Sí? ¿Qué es? ¿De qué se trata? ―preguntaron todos, intrigados.

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