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―Veréis. Es difícil encontrar un objeto de adorno para un médico. De modo que le traigo eso.

Ante la curiosa mirada de todos hizo balancear unos pendientes de lava, trabajada para darle la forma de sendas calaveras.

―¡Oh, qué horror! ―exclamó Bess a quien repugnaban las cosas feas.

―Pero si Nan no usa pendientes ―aclaró Jo.

―No importa ―continuó Emil sin inmutarse―. Será muy capaz de ponérselos para fastidiaros. Ya sabéis que a los médicos les gusta ir molestando a la gente.

Viendo que los muchachos esperaban también sus obsequios, los tranquilizó.

―Para vosotros traigo una infinidad de chucherías. Las tengo en la bodega. Quiero decir en el baúl. Pero como sabía que las mujeres no me dejarían hablar si antes no las obsequiaba… En fin, ahora vamos a intercambiar noticias. Contadme, contadme.

Tranquilamente sentado sobre la mejor mesa de mármol de Amy, Emil tomó la palabra. Preguntando cosas y explicando otras, estuvo hablando a diez nudos por hora hasta que Jo los llamó a todos para el té familiar que preparó en honor del «Comodoro».

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