Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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El recién llegado fue saludando a todos, feliz y emocionado.

―Realmente, no pensaba poder escapar hoy. Pero se presentó la oportunidad y como veis la aproveché bien. Pero en Plum no encontré ni un alma. ¡Afortunadamente aquí están todos los que buscaba! ¡Qué alegría! ―Y mientras así hablaba, permanecía como centro del grupo, erguido, con las piernas separadas como para conservar el equilibrio en un barco zarandeado por las olas.

―¡Oh, Emil, hueles a brea y a salobre! ¡Me encanta aspirar tu aroma!

―¡Tate, Jossie! Que te veo las intenciones. Deseas saber qué es lo que traigo, ¿verdad? Ahora lo veremos. Pero déjame fondear.

Sin soltar los paquetes que llevaba, Emil tomó `asiento. Luego empezó a distribuirlos formulando animadas observaciones.

―Para Jossie, la impaciente, las flores del mar: este collar de coral.

La muchacha lo recibió con entusiasmo, y se lo puso con presteza.

―El trabajo de las sirenas, para Ondina. ―Con estas palabras entregó una cadenita de plata con nacaradas conchas a la contentísima Bess.

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