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Es­ta vez va­rias per­so­nas res­pon­die­ron a co­ro: “¡NO!”.

El ex­po­si­tor di­jo: “¡Muy Bien!”, lue­go sa­có una va­si­ja, co­men­zó a echar­le agua al ja­rro y lo lle­nó has­ta el bor­de. Cuan­do ter­mi­nó, mi­ró al au­di­to­rio y pre­gun­tó: “¿Cuál creen que es la en­se­ñan­za de es­ta de­mos­tra­ción?”.

Uno de los es­pec­ta­do­res le­van­tó la ma­no y di­jo: “La en­se­ñan­za es que no im­por­ta qué tan lle­no es­té tu ho­ra­rio, si de ver­dad lo in­ten­tas, siem­pre po­drás in­cluir más co­sas”.

“No” re­pli­có el ex­po­si­tor, “esa no es la en­se­ñan­za”. La verdad que es­ta de­mos­tra­ción nos en­se­ña es que: si no po­nes las pie­dras gran­des pri­me­ro, no po­drás po­ner­las en nin­gún otro mo­men­to.


4.

LA ESPERANZA DE UN SUEÑO

Un pequeño gusanito caminaba un día en dirección a la gran montaña. Muy cerca del camino se encontraba una langosta. “¿Hacia dónde te diriges?”, le preguntó.

Sin dejar de caminar; la oruga contestó: “Tuve un sueño anoche; soñé que desde la punta de la gran montaña yo miraba todo el valle. Me gustó lo que vi en mi sueño y he decidido realizarlo”.

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