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Sorprendida, la langosta dijo mientras su

amigo se alejaba: “¡Tú debes estar loco! ¿Cómo podrías llegar hasta aquel lugar? ¡Tú, una simple oruga! Una piedra será una montaña, un pequeño charco un mar y cualquier tronco una barrera infranqueable”.

Pero el gusanito ya estaba lejos y no la escuchó. Sus diminutas patitas no dejaron de moverse. De pronto se oyó la voz de un escarabajo: “¿Hacia donde te diriges con tanto empeño?”.

Sudando ya el gusanito, le dijo jadeante: “Tuve un sueño y deseo realizarlo. Subiré a esa montaña y desde ahí contemplaré todo nuestro mundo”.

El escarabajo no pudo soportar la risa, soltó la carcajada y luego dijo: “Ni yo, con patas tan grandes, intentaría una empresa tan ambiciosa”.

El escarabajo se quedó en el suelo, tumbado de la risa, mientras la oruga continuó su camino, habiendo avanzado ya unos cuantos centímetros. Del mismo modo, la araña, el topo, la rana y la flor aconsejaron a nuestro amigo a desistir. “¡Tú no lo lograrás jamás!”, le dijeron, pero en su interior había un impulso que lo obligaba a seguir.

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