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“Paje” -le dijo- “¿Cuál es el secreto?”.

“¿Cuál secreto, Majestad?”.

“¿Cuál es el secreto de tu alegría?”.

“No hay ningún secreto, Alteza”.

“No me mienta, paje. He mandado cortar cabezas por ofensas menores que una mentira”.

“No le miento, Alteza. No guardo ningún secreto”.

“¿Por qué estás siempre alegre y feliz? ¿Eh? ¿Por qué?”.

“Majestad, no tengo razones para estar triste. Su Alteza me honra permitiéndome atenderlo. Tengo a mi esposa y mis hijos viviendo en la casa que la corte nos ha asignado, somos vestidos y alimentados, y además su Alteza me premia de vez en cuando con algunas monedas para darnos algunos gustos, ¿cómo no estar feliz?”.

“Si no me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar” -dijo el rey- “nadie puede ser feliz por esas razones que has dado”.

“Pero Majestad, no hay secreto. Nada me gustaría más que complacerlo, pero no hay nada que yo esté ocultando”.

“¡Vete, vete antes de que llame al verdugo!”.

El sirviente sonrió, hizo una reverencia y salió de la habitación. El rey estaba muy alterado. No consiguió explicarse cómo el paje estaba feliz viviendo de prestado, usando ropa usada y alimentándose de las sobras de los cortesanos. Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le contó su conversación de la mañana.

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