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caminando a su lado. ¡Qué vergüenza!”.

Puestas así las cosas, el viejo y el niño compartieron el burro. El fiel animal llevaba ahora los cuerpos de ambos sobre su lomo. Cruzaron junto a un grupo de campesinos y éstos comenzaron a vociferar:

-“¡Sinvergüenzas! ¿Es que no tenéis corazón? ¡Vais a reventar al pobre animal!”.

El anciano y el niño optaron por cargar al burro sobre sus hombros. De este modo llegaron al siguiente pueblo. La gente se apiñó alrededor de ellos. Entre las carcajadas, los pueblerinos se mofaban gritando:

-“Nunca hemos visto gente tan tonta. Tienen un burro y, en lugar de montarse sobre él, lo llevan a cuestas. ¡Esto sí que es bueno! ¡Qué par de tontos!”.

Al dejar el último pueblo, el anciano y el niño ya no sabían cómo enfrentar la próxima aldea, las críticas los habían confundido, así que se sentaron frente a un río, y al mirar el reflejo de sus rostros en el agua, comprendieron que estaban solos, que su camino dependía únicamente de ellos, que para continuar debían seguir su propia intuición, vivir sus propias experiencias. Porque al escuchar permanentemente las opiniones de los demás, uno debe obligadamente discernir entre la crítica constructiva, la crítica injusta, y la mala intención, o terminará confundido y lastimado.

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