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Aunque esperaba a medias que él se negara a verla, resolviendo así el problema de representarlo o no, recogió un bloc de notas, un bolígrafo, su cartera, las llaves y el teléfono móvil mientras hablaba y los metió en un maletín de cuero azul claro para el portátil que hacía juego con su jersey.

Greg Lang resopló y dijo finalmente: “Bien”.

—Estupendo. Adiós.

Colgó y apagó la laptop. También lo metió en la bolsa. Luego apagó las luces, cerró la puerta tras de sí y bajó a toda prisa las escaleras hacia la cafetería.

El objetivo de su visita a Lang era verle en su propio terreno. Sasha creía que podía aprender mucho sobre una persona viéndola en su entorno natural. Habría preferido presentarse sin avisar para que él no tuviera tiempo de limpiarse o esconder algo, pero eso habría sido poco profesional. Lo mejor que podía hacer ahora era ir a su casa rápidamente.

Sasha tenía la costumbre de encontrarse con la gente en su casa. Había comenzado esta práctica después de pasar por la casa de un economista muy reconocido para dejarle un informe de un perito para que lo revisara. La experta de Sasha había abierto la puerta a las dos de la tarde de un sábado en sujetador y bragas, esperando encontrar al bailarín exótico que había recogido la noche anterior, y no al abogado que la había contratado para testificar en una disputa comercial. Aunque a Sasha no le importaba especialmente lo que la profesora Robbins hacía en su tiempo libre, sí que pensaba que había que tener cierta discreción teniendo en cuenta que se presentaba como una experta en economía que cobraba setecientos cincuenta dólares por hora. Lo último que necesitaba Sasha durante el juicio era tener que rehabilitar la credibilidad de una mujer que, como se vio, afirmaba que su patrocinio de los trabajadores del sexo masculino era un esfuerzo por apoyar y legitimar una economía sumergida.

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