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Sasha se acercó y se sentó en el banco acolchado de la ventana. En realidad, no quería sentarse detrás del escritorio de Ellen, pero esperaba que al moverse hacia el lado más alejado de la habitación atraería a Greg desde la puerta para poder verlo mejor mientras hablaba.

Detrás de ella, la lluvia seguía golpeando el cristal.

Greg entró y se posó en el borde de una silla verde claro y mullida que había sido empujada contra las estanterías en un ángulo extraño. Probablemente por la policía, pensó.

—Estaba fuera. Solo.

—¿Dónde? Tal vez alguien te vio.

—Nadie me vio. Sólo estaba caminando.

—¿A las diez de la noche?

Greg se encontró con sus ojos y le sostuvo la mirada. —Sí.

—¿Tienes un perro? Tal vez estaba paseando un perro.

—No, sólo estaba dando un paseo.

Se cruzó de brazos y se recostó en la silla.

Su lenguaje corporal se lo decía todo. Estaba mintiendo. Ella lo dejó. Por ahora.

—¿Qué pasó cuando entraste en la casa?

—Entré por la puerta principal, —dijo él, señalando el pasillo de la puerta. —No estaba cerrada con llave. Pero la había cerrado cuando me fui.

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