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“Eso fue rápido. ¿Estaban las dos grabadoras intactas?”

Sasha miró de reojo a Peterson para ver si fingía interés. No lo hacía.

Metz asintió. “La JNST llamó sobre las siete de la mañana. Vivian voló a D.C. para actuar como representante de Hemisphere Air en el laboratorio mientras lo descifraban. La grabadora de voz de la cabina y la de datos de vuelo están en perfecto estado. No tendrán que hacer ninguna reconstrucción”. Metz miró a Peterson y luego guardó silencio.

Bob Metz era un buen tipo. Era educado, considerado y político sin ser aceitoso. No era un erudito en leyes. Había sacado sobresalientes en la universidad y en la facultad de Derecho y se había apoyado en sus contactos familiares y en su encanto para llegar a donde estaba en su carrera.

Metz hacía (siempre hacía) lo que Noah Peterson le decía que debía hacer. Aunque todos los presentes lo sabían, fingían no hacerlo. En su lugar, Peterson formulaba sus instrucciones como una sugerencia, de modo que cuando Metz las seguía invariablemente, podía actuar como si hubiera evaluado y aceptado de forma independiente el consejo de su asesor legal.

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