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Decidió no hacerlo y levantarse. Se incorporó lentamente para no molestar al chico y se acercó a los caballos. Les dio los buenos días y los acarició.

— Esperad.– les dijo en voz baja.– tengo algo para vosotros.

Norah había guardado un par de manzanas para los caballos. Eran las últimas. Ya no quedaba comida, salvo un pequeño trozo de pan reseso. Le tiró las manzanas a los caballos que las cogieron en el aire con la boca y se las comieron en un abrir y cerrar de ojos. Ella sonrió.

Necesitaba lavarse. Se sentía sucia y el vestido tenía que cambiárselo. Estaba descosido y roto por varios sitios después de tanta carrera de los últimos días. Cogió la bota de agua y bebió la poca que quedaba. Tres días casi sin beber había sido demasiado tiempo.

Respiró hondo y llenó de aire sus pulmones. Dejó la mente en blanco y todos los ruidos del bosque inundaron su cabeza: los pájaros cantando, el batir de las ramas unas con otras, la brisa recorriendo cada centímetro del lugar, el correr del agua... El correr del agua. Sin pensarlo, se puso a caminar en la dirección de donde venía el ruido.

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