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Después de estar caminando durante un buen rato, salieron del bosque y dieron a un pequeño claro con el río al lado. Norah conocía el bosque, y por eso le daba miedo. Will se paró y dijo:

— En cuanto anochezca no deberíamos estar cerca del camino, tanto la guardia como los demás están demasiado cerca.

— ¿No podemos buscar otro sitio para pasar la noche? Estar aquí es peligroso. – Le contestó. En verdad, estaba cansada de tanto bosque.

Will la miró con una mirada sombría, desafiante, fría. Daba miedo. No parecía él.

— ¿Tienes una idea mejor?– dijo furioso.– Vamos te escucho. Si prefieres volvemos al camino y por qué no, encendemos una fogata bien grande para que vengan a por nosotros. ¿Te parece?

Norah no entendía el cambio de humor de Will, pero no le dijo nada. Seguía teniendo la curiosidad de saber qué era lo que le había pasado con aquel hombre pero seguía sin tener el valor suficiente para preguntárselo. Él volvió a silbar y esta vez aparecieron los dos caballos. Norah corrió inquieta a ver si Altai estaba bien, y al ver que sí, se tranquilizó. Will se acercó a su caballo miró a Norah pero giró la cabeza y se llevó a Ávero a un árbol que había cerca. Le quitó las alforjas, las mantas y un par de sacos que llevaba el caballo encima y los tiró bruscamente al suelo. Abrazó al caballo y otra vez le susurró algo al oído. Norah los miró extrañada, pero una vez más no dijo nada. No sabía si era miedo por las respuestas o porque si preguntaba la dejaría sola, pero no tenía agallas suficientes para decir nada, ni siquiera se atrevía a mirarle a los ojos. No después de cómo le había contestado. Observó los sacos. Al caer habían quedado entreabiertos, y vio que solamente llevaba objetos, raras reliquias que tenía la curiosidad de saber que eran.

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