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Lo resolví decidiéndome por la revolución.

Esta decisión fue “mi ayuda al destino”.

Dos años y medio después todo parecía perdido.

Había luchado intensamente en la Secretaría de Trabajo y Previsión.

El pueblo me había comprendido. Los trabajadores de mi país conocían ya lo que era la justicia social y me seguían casi como si yo fuese una bandera.

Lo único que yo había hecho era decirles la verdad y darles lo que todos hasta entonces les habían negado.

Pero las fuerzas conjuradas de la oligarquía y de los poderes internacionales pudieron en un momento más que el pueblo y que mi voluntad.

Fue en octubre de 1945.

Esa es historia conocida.

Durante ocho días conocí todos los matices de la soledad, el abandono y la amargura.

Así como yo había pensado un día que era necesario hacer una revolución, el pueblo sintió —¡el pueblo siente!— que había legado un momento crucial de su historia.

Se dio cuenta de que todo estaba perdido, pero que todo podía salvarse.

Por suerte advirtió que eso dependería de su decisión.

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