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Lo indudable es que esta solución espiritual es también más fecunda que a otra del azar: el que se cree hijo de la suerte no se siente obligado a nada, puesto que el azar no tiene personalidad ni puede tener exigencias de ninguna clase: pero el que se sabe hijo de un Destino o de la Providencia, o de una fuerza desconocida, pero de un origen superior a su vida y a su naturaleza, tiene que sentirse responsable de la misión que le ha sido encomendada.

Perdónense estas explicaciones que, sin quererlo, casi han venido a dar con cierto tono de filosofía que no entiendo y no deseo hacer.

Sin embargo, pienso que debí decir todo cuanto he dicho, en primer lugar, porque así lo siento y, en segundo lugar, porque me parece una cosa de simple sentido común.

Mi vida es una prueba de todo lo que he dicho. Si no hubiese llegado a ser lo que soy, toda mi vida hubiese quedado sin explicación.

¿Por qué yo he sufrido siempre ante la injusticia?

¿Por qué no me resigné jamás a ver pobres y ricos como una cosa natural y lógica? ¿Por qué siempre sentí indignación ante los dueños del poder y del dinero que explotaban a los humildes y a los pobres?

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