Читать книгу Un llamado a destacarse. Un desafío a los jóvenes para marcar una diferencia eterna онлайн

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Una agitación reprimida parecía dominar a los participantes que, animadamente pero en voz baja, conversaban en pequeños grupos acerca de Jesús.

María estaba orgullosa de su Hijo. Poco tiempo antes, había escuchado el relato del bautismo de Jesús en el río Jordán, realizado por Juan el Bautista, y eso le había traído a la mente hermosos recuerdos. Desde el día en que escuchó la anunciación del ángel en su casa de Nazaret, ella había atesorado cada evidencia de que Jesús era el Mesías. Su vida de constante generosidad y desinterés la había convencido de que ningún otro podía ser el Mesías. Sin embargo, todavía tenía algunas dudas y sufría desengaños; por eso, deseaba que llegase el momento de la revelación de su divinidad. Por ese entonces, la muerte ya había separado a José de María, con quien había compartido el misterio del nacimiento de Jesús. Así que ella no tenía en quién confiar; y las últimas semanas habían sido especialmente difíciles.

María vio a Jesús en la fiesta: era el mismo Hijo tierno que había criado. Sin embargo, no era el mismo. Llevaba los rastros de su conflicto en el desierto, y en actos y palabras, lo acompañaba una nueva expresión de dignidad y poder. Un grupo de jóvenes lo acompañaba; sus ojos lo contemplaban con reverencia y lo llamaban “Maestro”. Estos hombres le contaron a María lo que habían visto y oído desde el día del bautismo de Jesús. Habían llegado a la misma conclusión que Felipe le había manifestado a Natanael: “Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, y de quien escribieron los profetas” (Juan 1:45).13

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