Читать книгу La ruralidad que viene y lo urbano. Un despertar de la conciencia онлайн

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La Reforma agraria colombiana, formulada en 1961, propuso la reestructuración del minifundio y la desconcentración de la propiedad rural, pero el Estado hizo muy poco y mal hecho, para resolver los problemas generados por la desigualdad. No tuvo la intención política de eliminar los factores conducentes a tal situación. El profesor Albert Berry en su último libro, Avance y fracaso en el agro colombiano, siglos XX y XXI (2017), indica que lo perdido por las malas políticas agrícolas, practicadas en Colombia desde los años 60, ha sido demasiado.

Las propuestas del Informe Nacional de Desarrollo Humano, Colombia rural (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo [PNUD], 2011), el acuerdo agrario y sobre cultivos ilícitos de la Habana (Mesa de Conversaciones, 2016), las recomendaciones de la Misión para la Transformación del Campo (2015) en El campo colombiano: un camino hacia el bienestar y la paz, las provenientes de la Banca multilateral, la FAO y otros organismos internacionales son muy valiosas, pese a que enfocan las políticas públicas en muchos lugares comunes. Se sitúan más cerca de la estabilización de un modelo de desarrollo, que imita los implementados en países más industrializados con algunas adaptaciones, pero lejos de visualizar una ruralidad estructuralmente diferente. Aunque no todo en ellas es descartable, resultan insuficientes por sus enfoques: la falta de miradas hacia un mayor largo plazo, una contextualización regional más precisa y la poca consideración que hacen de las relaciones rural-urbanas.

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