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No hay a nuestro alrededor, me parece, demasiados asuntos que sean realmente importantes. Solamente el paso del tiempo, el sexo, los hijos, el amor -y su reverso, el desamor-, los amigos, la injusticia, la inexistencia tal vez de dios …y poco más.7

Siendo así, sorprende que sin embargo tengamos tantas energías depositadas en cuestiones que son periféricas y a menudo bastante bobas. La mayor parte de ellas tienen relación con el dinero.

Por eso es oportuno alborotar y abrir las ventanas. Para que corra un poco el aire, porque -lo cantaba Carlos Cano- si estuvieran abiertas todas las puertas nadie tendría que abrirlas con violencia.

Y una manera, creo, de ir haciéndolo, es señalar un puñado de cosas.

Mostrar que las palabras fracasan en su intento por tapar el galimatías de lo que nombran; que por más trapos que colguemos en las terrazas (o pulseras que nos pongamos en las muñecas, insignias en las solapas o pegatinas en los coches -nadie utiliza ya la palabra ´calcomanía´-) seguimos sin saber adónde pertenecemos; que la moral no ha sido nunca (ni lo va a ser) capaz de poner orden en el deseo; que sentirse a salvo de la locura tras un parapeto de batas blancas y de diagnósticos es síntoma de estar bastante enfermo; que el paso del tiempo provoca melancolía; que el Poder tiene aristas que lastiman, o -sobre todo- que no hay liturgia capaz de suavizar el desorden mayor. El de la muerte.

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