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Lo mismo sucede, a poquito que nos fiemos de los antropólogos, en las creencias de los guayakíes (o achés), para quienes la palabra -desprovista de significado- remite a la trascendencia y se convierte en algo sagrado que no tiene traducción posible.12

El poder, pues, sale de la boca humana. Y no de la boca del fusil, como decía el cafre de Mao.

Seguro que hay muchos otros ejemplos religiosos que sugieren que los hombres no hablamos, sino que somos hablados. Pero como me he ido demasiado arriba y es preferible bajar el listón de lo teológico al nivel del suelo, sin entrar en metáforas ´que habiten entre nosotros´ asumo que son las palabras las que estructuran nuestro pensamiento. Las que hacen posible producirlo, y también reproducirlo. Así como hablemos seremos capaces de pensar (y por eso será un drama que nuestros hijos no adquieran el suficiente vocabulario; porque si no pueden matizar su discurso tampoco van a poder afinar sus reflexiones, y será por tanto más fácil que los manipulen y luego pase lo que pasa).

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