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Así, si bien la idea de ciudadanía ha estado vinculada al Estado-Nación, a un ámbito territorial particular, en la actualidad hay una corriente que busca repensarla desde una perspectiva cosmopolítica, como una exigencia natural del proceso de globalización y el desarrollo de instituciones supranacionales que dan cabida y defienden derechos humanos universales. Entonces ya no solo se reconocen los derechos de los compatriotas: se impone la idea de que formamos parte de un solo mundo, de la necesidad de un sistema de justicia cosmopolita. Esta propuesta, sin embargo, ha sido calificada de utópica, porque la dimensión democrática se desvanecería y porque son muchos los intentos nacionales de no admitir la apertura de fronteras.

En ese contexto entran otra vez en tensión las posiciones liberales y republicanas a las que ya nos hemos referido. Mientras que el liberalismo da preferencia a lo individual sin intromisiones ajenas y entiende el compromiso democrático como un compromiso de intereses recelándose de las conductas activas y participativas, el modelo republicano concibe la ciudadanía en relación con la comunidad, porque la autonomía frente a la dominación arbitraria solo puede alcanzarse en conjunto, pues considera que solo así se puede ser auténticamente libre. Para el republicanismo, dice Peña, «tiene la mayor importancia la virtud cívica, que puede ser definida como compromiso y disposición al ejercicio activo de la ciudadanía a favor de la comunidad política y del interés público»58. Considera este autor que la falta de intervención de los ciudadanos produce la decadencia de las instituciones, el desarrollo de poderes arbitrarios y la difusión de la corrupción; promueve Peña, en consecuencia, la deliberación y considera la virtud cívica como una virtud política.

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