Читать книгу Tú y yo онлайн

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Carlos tenía las manos muy duras y agrietadas, parecía que había trabajado toda su vida en el campo. Era más alto que yo y muy delgadito, y tengo que decir que era un trozo de pan y que tuvo una paciencia infinita conmigo. No me gustaba que me diera la mano, porque me resultaba muy tosca y desagradable, así que ponía cualquier excusa o hacía cualquier movimiento para no herirle y que se diera cuenta de que lo que realmente no quería era dársela.

Llevábamos saliendo más de seis meses y aún no le había dado ni un beso. Un día me armé de valor y decidí que ese era el día. Tenía claro que hoy le daría un beso y que, por fin, sabría si me gustaba o no. Fuimos a dejar algo a su casa y no se le ocurrió otra cosa que comerse un plátano y no lavarse la boca. Me pasé todo el camino desde su casa hasta la mía recordando el dichoso plátano y que le iba a dar un beso entre unos camiones que se solían poner en una de las calles próximas a donde vivía. Cuando llegó el momento, le dije que nos íbamos a dar un beso. Le llevé detrás de un gran tráiler y le besé sin lengua en los labios, pero tuve que retirarlos enseguida. Apenas tres segundos duré. Sabían a plátano, ¡qué asco me dio!

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