Читать книгу Mejor no recordar онлайн

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Las horas iban pasando y seguíamos sin tener noticias de Alejandra. Su teléfono seguía apagado, y saltaba el contestador cuando la llamábamos. Con todo mi ser había intentado mantener la esperanza de que pronto mi hija aparecería por la puerta, y que este espantoso día tan solo se convirtiese en una horrible pesadilla. Pero el reloj estaba en mi contra. Cada segundo que pasaba reducía las posibilidades de encontrarla, de volver a abrazar a mi pequeña. La angustia me recorría el cuerpo y, por más que lo intentase, era incapaz de parar de llorar. Andrés intentó obligarme a comer y a cenar, pero yo no quería. Tan solo podía aferrarme a la posibilidad de que el teléfono sonase con noticias de la policía.

Mientras mi marido me preparaba una bandeja con algo de fruta, observé atentamente cada uno de sus movimientos, y me quedé perpleja ante su serenidad. Tan solo podía mostrar fascinación y orgullo por su capacidad por mantener la calma y la compostura. Sabía que en su fuero interno ardía intensamente por el dolor, y que la simple idea de perder a su hija le consumía. Pero él era consciente de que tenía que ser fuerte, por los dos. Intuía que tendría que ser él quien tirase de mí, y quien me ayudase a sobrevivir si algo terrible sucedía. Durante un pequeño instante, me olvidé de todo y pude sentirme afortunada por haberle escogido como marido, por haber tenido la suerte de cruzarme con él y haber sabido mantenerle a mi lado. Era el amor de mi vida, mi compañero y el mejor padre que le podría haber dado a mi hija. Era un hombre tierno, cariñoso y atento. Mis labios dibujaron una leve sonrisa al sentirme atraída todavía por él. Aunque los años hubiesen pasado, su pelo fuese canoso y sus ojos azules estuviesen rodeados de arrugas, para mí seguía siendo el joven atractivo que en la primera cita me había conquistado. Tan solo una cena romántica y un paseo por Gran Vía habían bastado para darme cuenta de que él era el adecuado. Su forma de hablar de la vida y de la familia me habían cautivado, empujándome a vivir una vida maravillosa a su lado. Recordé la felicidad con la que había cogido, por primera vez, a Alejandra en sus brazos, la noche en que nació. Después de dos abortos naturales y de numerosas consultas médicas, durante unos meses, perdimos la esperanza de poder llegar a ser padres algún día. Pero la noticia de mi tercer embarazo nos devolvió la ilusión. El nacimiento de Alejandra nos cambió la vida y nos unió más que nunca, ya que ambos nos dimos cuenta de que habíamos sobrevivido al momento más duro de nuestra vida, y que, si lo habíamos logrado, era porque nos habíamos apoyado mutuamente. Pero ahora todo era distinto. Esta vez, no me veía con la capacidad de luchar y mantenerme fuerte. Si algo le había sucedido a mi hija, sería incapaz de vivir con ello. El dolor me consumiría, perforándome el corazón y arrebatándome las ganas de vivir.

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