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”–Sí, soy un combatiente– le respondí y comencé a incubar un gran rencor contra el Papa, que me había sido presentado como el autor de tantas infamias. Así, en Toledo compré un puñal para matar a la bestia del Apocalipsis cuando volviese a Roma, y grabé sobre el puño: ‘Muerte al Papa’ (A morte il Papa). También en la primera página de mi nueva Biblia escribí con mano orgullosa: ‘Este libro será la muerte de la religión católica, principalmente por la muerte del Santo Padre’”.

En 1939, al finalizar la guerra de España, volvió a su hogar abstraído por su nueva manera de comprender la religión:

“Regresé a casa, no tanto con el deseo de volver a ver a mi mujer, sino con el afán de decirle que debíamos repudiar a la Iglesia Católica. Yolanda era para mí una mujer hacia la cual, a pesar de ser mi esposa, no sentía mucho afecto, la consideraba un poco como un objeto. Todavía no había visto a mi hija Isla, que había nacido durante la guerra española, y ya hablaba de mi nueva religión. Yolanda, al oír que era necesario dejar la Iglesia, exclamó: ‘¡Pero, ¿cómo?, si has vuelto porque he rezado mucho con la niña delante de este cuadro!” e indicaba una imagen de la Virgen de Pompeya. ‘¡Hay que tirar todo esto, quemarlo todo!’, grité como poseído. Y en vez de abrazar a mi mujer e ir a ver a Isla que estaba durmiendo, saqué los Rosarios y los libros de oración, recuerdos de la primera comunión, y la cruz que estaba sobre nuestra cama, los rompí y quemé junto con el cuadro. Se produjo tanto alboroto que despertó a la niña, que estaba asustada. Así conoció Isla a su padre”.

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