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El aire nocturno era frío, convirtiendo la nieve de la mañana en un colchón con sábana quebradiza. Sentí el crujido bajo mis pies al caminar hacia el centro del plantel. La luna proyectaba una sombra fantasmagórica sobre los edificios de la universidad cuyos canales de desagüe estaban adornados con gigantes puntas congeladas – gotas de agua detenidas en el espacio que formaban cuchillos sólidos de hielo simulando colmillos. Ningún arquitecto humano podría haber diseñado esas gárgolas de la naturaleza.

Los engranajes del reloj de la vieja torre principal se movieron y sus agujas se colocaron verticalmente. Escuché el pesado sonido de la maquinaria una fracción de segundo antes del repique de las campanas. Cuatro tonos musicales señalaron la hora exacta. Después llegaron los doce golpes parejos y sonoros. Yo los conté en mi mente como siempre lo hacía, revisando la posibilidad de un error en el número que nunca fallaba. Sonaron exactamente doce golpes desde la torre como el martillo de un juez severo golpeando sobre metal.

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