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La lección de ese día fue sobre un filósofo cristiano cuyo nombre era Aurelio Agustín. En el transcurso de la historia, él había sido canonizado por la iglesia Católica-Romana. Todos se referían a él como San Agustín. El profesor habló sobre las opiniones de Agustín sobre la creación del mundo.

Yo estaba familiarizado con el relato bíblico de la creación. Yo sabía que el Antiguo Testamento abre con las palabras, “En el principio Dios creó los cielos y la tierra.” Pero yo nunca había pensado profundamente acerca del acto original de la creación. Agustín sondeó dentro de este glorioso misterio y se preguntó, “¿Cómo fue hecho?”

“En el principio…”

Sonaba como el comienzo de un cuento de niños: “Había una vez.” El problema es que en el principio no había tiempo como nosotros entendemos ser “había una vez.” Nosotros pensamos de los comienzos como el punto inicial de algo en el medio de un período de la historia. La Cenicienta tuvo una madre y una abuela. Su historia, que comenzó “una vez” no comenzó en el comienzo absoluto. Antes de la Cenicienta, hubo reyes, reinas, rocas, árboles, caballos, liebres y lirios.

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