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El domo de protección cumplió su misión. Incluso ocasionó que en el futuro se concluyese que el meteorito era menos poderoso de lo que había sido en realidad.

Y lo más importante: gracias a los heraldos la humanidad obtuvo una nueva y última oportunidad.

La onda de choque que se generó tuvo la fuerza necesaria para recorrer la atmósfera, dando dos vueltas a la Tierra. El brillante polvo que flotaba en el aire permitiría leer de noche a miles de kilómetros de distancia.

Fue todo un espectáculo.

La poca información disponible sobre el acontecimiento —que fue denominado Tunguska— estuvo olvidada durante trece años en la redacción de los diarios locales. Rusia y el resto del mundo tenían otras cosas en qué pensar. Fue tiempo después, en un periodo de paz, cuando el suceso se convirtió en fuente de las más diversas especulaciones.

Todas equivocadas.

Segreka y sus compañeros, lo mismo que el resto de los animales, permanecieron a salvo dentro de una cúpula remanente que los protegió hasta que pudieron alejarse sin riesgo de la zona. Todos los compañeros llevaban tristeza en el corazón. Deseaban haberse ido con sus amigos humanos. Ninguno olvidaría ese supremo momento, principalmente la poderosa águila y el gigantesco lobo. La descendencia de ambos estaría lista para responder si era convocada. Y entretanto, Segreka cumpliría cabalmente con el encargo de su amiga: volaría muy alto y nunca olvidaría quién era ella.

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