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En todos los casos eso incluía levantarse temprano para ir a trabajar, mantener una rutina familiar y apoyar a los hijos. En casos especiales, para mantener una necesaria apariencia.

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La casa parecía una hermosa obra de tejados de pizarra a dos aguas, que en realidad eran microceldas solares de alta capacidad. La construcción contaba también con un amplio porche frontal que permitía apreciar amplias ventanas de los nuevos cristales de adaptación inteligente. Pintada en tonos pastel de variación instantánea, que por el momento eran azules y brillaban pálidamente a la luz del naciente sol, no resaltaba especialmente en el tranquilo vecindario suburbano situado en la periferia de la hermosa y muy moderna ciudad de Seattle.

La señora de la casa, una mujer menuda y rubia, cercana a los cuarenta y cinco años, que gracias a un constante ejercicio mostraba una figura y apariencia más jóvenes, se movía ágilmente ejecutando su acostumbrado ballet matinal y procurando salir con su elegante traje sastre indemne. Era su rutina diaria desde hacía años. Y le gustaba hacerla como una muestra de amor hacia su familia.

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