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El significante que anuncian las voces esquizofrénicas en sus formas iniciales, aún carentes de significación, es el rumor de la pulsión y del silencio melancólico de las cosas. Rumor que asciende a murmullo cuando la cosa se vuelve poco a poco letra y reclama al otro para que le provea de significación. El otro incorpora el significado para que el significante intente convertirse ya en palabra y encarnación. En ese momento, el «devanado mudo de los recuerdos», «el paso de un pensamiento invisible», «la famosa palabra que no dice nada», como síntomas más significativos en el diluvio metafórico con que Clérambault y Schreber aciertan a describir el vacío del automatismo inicial, se convierten ya en posibilidad de seudoalucinación, esto es, en posibilidad de voz25. Y el destino de estas primeras voces y, en general, de todas las seudoalucinaciones, es repetirse en eco, ese mismo que para Clérambault era el núcleo del automatismo. El eco es el testimonio de la palabra fracasada que no acierta a incorporarse al surco continuo del lenguaje y salta a cada momento como un disco rayado en el pensamiento. La voz esquizofrénica representa ese fracaso, la presencia ausente del otro que ocupa la escisión como un cuerpo extraño y a la vez impuesto.

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