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Sin embargo, apenas una década después de que Esquirol publicara sus dos volúmenes sobre las enfermedades mentales, su alumno Baillarger acierta a captar los susurros y murmullos de las voces que conviven con el alienado, describiendo al alucinado mediante la metáfora del «ventrílocuo». Son los propios locos —advierte— quienes pronuncian las palabras con la boca cerrada, como hacen los ventrílocuos. De especial relevancia resulta también destacar que Baillarger se guió de las experiencias de los místicos cuando distinguió las alucinaciones sensoriales y las psíquicas. Al leerlos, se percató de las diferencias existentes entre las «locuciones intelectuales», las que suceden en el interior del alma, y las «voces corpóreas», esas que atruenan los oídos. «No tengo necesidad de añadir —escribió— que la división que propongo para las alucinaciones, y a la que he sido conducido por la observación directa de los alienados, es la de los autores místicos; solamente han sido cambiadas las palabras. Llamo alucinaciones psíquicas a las visiones y a las locuciones intelectuales, y alucinaciones psicosensoriales a las visiones y a las locuciones corporales»17.